martes, 3 de mayo de 2011

No hay lugar donde esconderse

 
 Hotel. Hogar sustituto que nunca llega a ser tal. 
Escondite secreto. Un lugar que siempre se toma como pasajero. 
Escape que no es, cuando no se deja atrás el equipaje que provoca la huida. 
Hotel Chevalier (Wes Anderson, 2007)nos muestra todo eso en profundidad 
en 15 minutos.
 Una habitación lujosa, con una combinación de tonos color amarillo que 
genera tanta empatía como rechazo. Un hombre que no demuestra estar 
disfrutando de lo que otros envidiarían.
Una llamada que es respuesta a tanta espera sin fundamento, 
a tanta angustia acumulada, que a sabiendas, no será solución.
Y que es tan sorpresiva como revolucionaria. 
Él está en ese lugar por ella, intentando llenar ese vacío del no poder ser.
Pero esa voz que suena del otro lado del teléfono, ese sonido que lo remonta a
su recuerdo, lo despierta de ese sueño que intentaba crear donde nada había 
existido. Y cómo negarse a su solicitud de encuentro, cómo no sentir sucumbir 
todos sus argumentos pensados para esta ocasión utópica. Ella buscándolo. 
Sabiendo con culpa de lo que iba a pasar, pero no haciéndola responsable.
A fin de cuentas, nadie puede hacerse cargo en el amor. 
 
 
Su llegada era inminente, y procuraría tener todo listo para ese momento.
El ambiente, sus adornos, productos de sus excusas para no pensar, 
su limpieza, el orden. La música, ya preparada para recibir a la invitada, 
el pedido de la cena, aunque poco le interese comer. Pensar los detalles. 
Suena la puerta, y no hay nadie más que pueda ser. El cruce de miradas, 
la frialdad del hielo que todo reencuentro contiene en un primer momento, 
cuasi protocolar despues de tanto tiempo, dura poco.
Ella observa, con una mezcla de adoración y compasión, 
los souveniers del dolor de él. Inmediatamente pasan a lo que siempre 
se toca en las relaciones rotas, el por qué de esa situación. 
Las justificaciones pertinentes, la ceguera del egoísmo que da el sentimiento. 
El beso es la búsqueda de aquello que se añora, que hubo alguna vez, 
y que indefectiblemente, termina en el acto sexual, si no se piensa detenidamente 
en las consecuencias. 
Nunca se piensa en las consecuencias. 
 
 
El miedo a fallarle a quien uno ama, pero que no lo quiere más para su vida 
es tan contradictorio, como irrefrenable el error de hacerlo. 
Las ganas siempre pueden más. 
O la esperanza de que vuelva lo que no tendría que haber dejado de ser nunca. 
 
 
A esta altura, los dos protagonistas saben lo que hay, y sólo por el momento, 
se dejan llevar sin pudor. Sin importar moldear la pared de tanto chocar. 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Te crecio un árbol por ahí. Me gustó.

Cocò dijo...

Tengo tantas frases de canciones en mi cabeza, que me es irrefrenable no aplicarlas cuando corresponden.
Creo que es un guiño al lector también, no una copia.